Sunday, May 29, 2005

Y TODO… ¿POR LA PATRIA?

¿Queréis que tema? Pues no siento ningún miedo. ¿Queréis que me aflija, que llore y me arranque los cabellos por la amenazada unidad de España? Pues tres pepinos me importan España y su santa unidad. ¿Qué queréis de mí? ¿Queréis que odie?
Yo no odio.
No tengo ninguna cuenta pendiente con los vascos ni con los catalanes. Ni unos ni otros me han hecho nada. Es más, no creo que, colectivamente, le hayan hecho nada a nadie. Justificar el prejuicio antivasco a cuenta de la ETA, viene a ser como justificar el prejuicio antiasturiano a cuenta de los asturianos que participaron en la masacre del 11-M. Odiar a los vascos o a los catalanes es tan racista, tan estúpido como odiar a los judíos o a los negros. Podrán encontrarse mil justificaciones para los prejuicios, mil “demostraciones” de que los catalanes son unos cerdos: pero estos pretextos son sólo disfraces de la ignorancia y el odio.
Lo anterior son obviedades, bien lo sé. Sólo un tarado o un racista podrían disentir. Lo malo es que hoy día abundan ambas categorías.
Más perogrulladas: si los catalanes llevan treinta años apoyando las opciones nacionalistas con un 80 % de sus votos, están en su derecho. Si los vascos escogen votar a Ibarretxe, incluso después de anunciar su plan soberanista a bombo y platillo, pueden hacerlo. Si los gallegos están aupando al Bloque Nacionalista Galego un poco más cada consulta, no soy quién para criticarles; ni yo, ni nadie. La democracia es así: o la tomas o la dejas.
Naturalmente, como asturiano este triunfo de los nacionalismos antiespañoles me afecta, y tendré que tomar postura ante el hecho. Hay dos opciones, en mi opinión, que se pueden desechar de antemano:
-La primera, ignorar el fenómeno y creer que aquí no ha pasado nada, que España sigue siendo una nación fuerte y un estado centralizado como en tiempos de Franco. Las cosas han cambiado, queridos compatriotas, y mucho.
-La segunda, embarcarse en una absurda guerra dialéctica contra las creencias de tantos millones de personas. No tiene sentido reprocharles a los catalanes que se sientan catalanes: eso sirve sólo para perder el tiempo y cabrearles. Ellos son tan adultos, inteligentes y cultos como nosotros mismos: ¿Qué derecho tenemos a darles lecciones de nada?

Tenemos un problema y hay que afrontarlo. La estructura del estado, de cualquier estado, descansa sobre una cierta idea de nación que debe ser compartida por la inmensa mayoría de los ciudadanos. Cuando una minoría apreciable, como ocurre en el caso español, cree en un ideal nacional distinto, la estabilidad del estado se resiente. La desigualdad de la conciencia nacional ha provocado desigualdades en los derechos políticos de los distintos pueblos españoles. Aquí hay pueblos de primera y pueblos de segunda división, pueblos que negocian de igual a igual con el gobierno central y pueblos que llevan treinta años mendigando infraestructuras en la corte madrileña. Mis derechos, mis intereses políticos, no están tan representados ni tan defendidos como los de un catalán: eso es injusto. No puedo culpar a nadie salvo a la estupidez de mis propios compatriotas, pero la injusticia persiste.
Estoy harto de agravios milenarios, derechos históricos, reformas constitucionales, planes soberanistas, federalismo asimétrico, etc etc etc. HARTO. Aunque no causara más problemas que éste, aunque el único inconveniente de la cuestión nacional fuese el incesante y estéril intercambio de acusaciones, improperios y polémicas, sería motivo de sobra para buscar una solución definitiva. Esta discusión inacabable está sirviendo para posponer las verdaderas batallas. La guerra contra el enemigo separatista nos está robando energías y tiempo que deberíamos dedicar a luchas más fructíferas: a mejorar nuestras condiciones laborales, a afrontar el colapso medioambiental, a estudiar la crisis demográfica, a exigir responsabilidades y depurar las corruptelas de un sistema, la autonomía asturiana, que nos ha fallado. ¿Os dais cuenta del tiempo y la energía que hemos perdido en discutir, criticar y rebatir el Plan Ibarretxe?
Dicen los enterados, los profesionales de la opinión, que los que salen ganando con la crispación perpetua son, precisamente, los nacionalistas. Que esta polémica eterna les sirve para mantener y agrandar las desigualdades entre territorios, lo cual les favorece económica y políticamente. Dicen que tienen lo mejor de los dos mundos, las ventajas de la independencia y las de la integración. Que se están riendo de nosotros, en una palabra.
Tal vez tengan razón. Pero entonces me gustaría que me explicasen, ¿Por qué somos tan gilipollas? ¿Qué ganamos los demás con todo esto? Cierto, los nacionalistas obtienen ventajas, negocian con el gobierno español, influyen en la vida de las comunidades “no históricas”; pero, ¿Acaso no es así porque nosotros les dejamos? ¿Acaso no son nuestros representantes electos, peperos y sociatas, los que les han ido otorgando lo que han ido pidiendo? En vez de culpar a los catalanes y a los vascos, ¿No deberíamos más bien pedir responsabilidades a los políticos que, se supone, están en el parlamento español representando nuestros intereses?
A estas alturas, supongo que os estaréis preguntando qué clase de asturchale soy. Aún no he dicho una palabra sobre la nación asturiana, sobre NUESTRAS raíces milenarias y NUESTROS agravios históricos. Además, cualquiera diría que comparto las quejas de los buenos españoles contra el separatismo insolidario de las comunidades históricas.
No es así. Comprendo y acepto la opción que han adoptado vascos y catalanes. Creo que están en su derecho, y que en un estado pequeño se protegen la libertad y el bienestar de las personas mucho mejor que en uno grande. No es el PNV el causante de nuestros problemas: ha sido el patriotismo español. Hemos llegado a esta situación absurda porque los españolistas que votamos cada cuatro años prefieren vender su alma antes que amenazar la sagrada unidad de la nación española.
Acuso a los políticos demagogos y patrioteros, a los que sacan votos exacerbando el resentimiento entre pueblos. Acuso a los que paralizan la vida política de un estado, volviendo una y otra vez a un debate estéril e inacabable mientras se arrinconan las discusiones importantes. Acuso a los intelectuales, a los columnistas, a los escritores que se ganan la vida vomitando bilis, buscando argumentos para justificar lo injustificable, encontrando mil maneras distintas de reciclar las viejas mentiras del imperialismo español. Acuso a los que trabajan sin descanso para reivindicar el franquismo y recuperar, poco a poco, todos y cada uno de los rancios mitos del nacionalismo español. Acuso a los que azuzan el odio y los prejuicios, mientras pretenden defender la unidad y la solidaridad. Yo acuso a España.
¿A que ahora sí que sueno asturchale?

No creo que la nación esté por encima de todo. Creo que una nación es un proyecto colectivo y que, cuando este proyecto falla, llega el momento de revisarlo y reconstruirlo. Poner una abstracción como la nación por encima del bienestar de los individuos, por encima de la libertad, termina dando malos resultados: así empiezan las guerras. Y así se ha forjado el inacabable, aburrido, costoso y estúpido problema de la crisis nacional española.
No le debemos nada a España. España existe sólo como idea en la mente de sus ciudadanos (mejor dicho, de sus súbditos: esto no es una república). Y yo digo que ha llegado el momento de cambiar de idea.

Saturday, May 21, 2005

Un Apacible Paseo (II)

Os contaba yo en la entrada anterior que mi paseo había sido muy instructivo. Dejad que vaya a la segunda parte, para que terminéis de comprender por qué.
Caminamos hasta el parque Purificación Tomás. Pura Tomás, por si no lo sabéis, era hija de Belarmino Tomás, uno de los cabecillas del 34, héroe del nacionalismo asturiano, presidente del Consejo Soberano de Asturias y León en 1937. Belarmino Tomás le dio a la historia de Asturias un episodio reciente de soberanía bastante más extremo que Maciá y Aguirre juntos, en Cataluña y el País Vasco. Pero eso da para otro blog, o mejor, para otra enciclopedia.
Decía yo que entramos en el parque. Hacía una tarde estupenda, ha llovido bastante últimamente, la hierba está lujuriante y la temperatura era perfecta para la caminata.
Éramos los únicos indígenas de todo el parque. Quiero decir que había allí bastante gente, pero todos ecuatorianos. Los mayores jugaban al voleibol y los críos corrían por el prau.
No conozco a todos los ecuatorianos, pero sí puedo afirmar que, como vecinos, me gustan los ecuatorianos que viven en Uviéu. Son gente cortés, no hablan a voces y no arman escenas por la calle, cosa que no se puede decir de los entrañables quinceañeros indígenas.
Allí estaban, disfrutando de la tarde, aprovechando un parque que los carbayones sólo visitan una vez al año.
-¿Y dónde están los indígenas? Pregunté yo.
- En Parque Principado – dijo la mi moza.

Es curioso eso de las diferencias culturales, ¿No? Por lo visto, en Ecuador se piensan que la mejor manera de aprovechar el tiempo libre es llevar los críos a que esparzan por el prau y hacer algo de deporte con los amigos. Los asturianos, en cambio, preferimos pasarnos la tarde paseando por Parque Principado, bien resguardados de la lluvia, los insectos y las espinas que nos amenazarían, Dios nos libre, en el parque. Pasillo adelante, pasillo atrás, como zombis mirando escaparates. ¿Cabrá mayor dicha? Estos ecuatos deben de ser tontos.
Además en Parque Principado los críos pueden aprender los valores de la sociedad de consumo, que les servirán el día de mañana para ser unos perfectos neuróticos, como sus propios padres. Ya sabes, hijo, estudia mucho para poder opositar y encontrar trabajo, con suerte, a los treinta y cinco. O doctórate en economía para conseguir curro de conserje. O hazte ingeniero, seis o diez añitos estudiando, para acabar cobrando menos que un soldador. Y luego harás como papá y mamá, diez horas diarias consagradas al trabajo y los fines de semana, Parque Principado y Salsa Rosa. Y si todavía tienes humor puedes tener un crío, a lo mejor: le compras una Play Station, lo disfrazas de rapero del Bronx y dejas que te lo eduque la tele. ¿Jugar a la pelota? Quita, quita, sólo faltaba que se nos lesionase la criatura. ¿Jugar con palos, correr, mirar cómo florecen los manzanos, saltar a la comba? Eso está pasado de moda. Eso lo hacen los críos de los ecuatorianos.
A lo mejor os extrañáis de que ningún ovetense, fuera de la comunidad inmigrante, se animara a pasear por el parque. Debéis tener en cuenta, también, que la televisión estaba haciéndole una gran competencia a los opacos atractivos de la naturaleza. Según vimos en un bar, durante la primera etapa del paseo, estaban echando un concierto de Las Supremas de Móstoles.
Como para perder el tiempo correteando entre florecillas…

Un Apacible Paseo (I)

Acabo de volver de un paseo por la frontera oeste de Uviéu. Ha sido toda una experiencia, por muchas razones.
Uviéu ha crecido como un auténtico tumor, por esta zona. En realidad crece por todas partes, porque en la frontera suroeste, hacia el Cristo, ni te cuento lo que han edificado en los últimos años. Y hacia el hospital nuevo, mirando para la autopista…bueno, lo de allí sí que clama al cielo.
Conozco gente que alaba el crecimiento de la ciudad. Al menos, te dicen, las urbanizaciones están bien planificadas, se construyen los bloques a lo largo de amplias avenidas diseñadas de antemano. Se reserva espacio para las zonas verdes y se diseñan grandes rotondas. Parece ser que en otros sitios, en Galicia por ejemplo, la gente edifica donde cuadra y resulta un cuadro aún más apocalíptico que el de aquí.
Ahora mismo, hacia la zona de La Florida, en la última frontera de las constructoras, puedes recorrer una calle perfectamente asfaltada, de impecable trazado, con unas aceras de baldosas firmes e igualadas…y llegar hasta el final de Uviéu. Llegas a un punto en que, sencillamente, se acaba el asfalto y comienza el prau sin transición alguna. Hoy estuvimos allí la moza y yo, la ciudad a nuestra espalda y el campo enfrente. Era un espectáculo siniestro. Había un prau precioso, exuberante, donde pacían unas ovejas bien rollizas. Los grillos atronaban y la flor del saúco adornaba las sebes. Al fondo se veía, os lo juro, una gran panera en lo alto de la loma.
Y allí mismo, en mitad del prau, una gigantesca valla publicitaria anunciaba el brillante futuro: “Nosecuanto, S.A, construyendo los sueños de Oviedo”, o no sé qué otra chorrada publicitaria.
Estábamos contemplando un fantasma. ¿Praos? ¿Ovejas? No, allí sólo había un solar. Y pronto, otro bloque de pisos medio vacío, como están la mayoría de los que se han levantado en estos últimos años.
No sé de economía, y no entiendo cómo se sostiene este país sobre un sector, la construcción, que en realidad no genera riqueza sino que aprovecha la riqueza acumulada por otras actividades. No entiendo por qué tanta gente critica que no se liberalice el suelo, como si todavía pensasen que hay poco hormigón y demasiada naturaleza intacta. No entiendo cómo es que no nos volvemos todos locos, encerrados en estos malditos nichos, enterrados vivos en una cárcel que hemos elegido voluntariamente.
Cada prau edificado, cada panera arrancada, cada casa de corredor destruida, es un pecado contra la belleza, contra lo que hace que la vida merezca ser vivida. Me cuesta dormir por las noches pensando que yo también soy cómplice, que pertenezco a una sociedad que convierte la belleza en inmundicias, que estamos condenando nuestro futuro irremisiblemente en una carrera de locos, en un frenesí de avaricia y de especulación.
¿Qué queréis? ¿Un piso por persona? ¿Dos pisos, porque son “buena inversión”? ¿Os gustan las hipotecas que están concediendo los bancos, os gusta endeudaros durante cuarenta años para poder decir “el piso será mío al final, si vivo”?
No soy economista. No sé qué tiene de bueno esta forma desquiciada de endeudarse hasta las cejas para arruinar el paisaje y el medio ambiente de mi país. Pero sí puedo deciros algo: algún día nos arrepentiremos. Ahora mismo contamos con que los praos no valen nada, porque los métodos de la agricultura industrial permiten producir alimentos de sobra ocupando un mínimo de superficie. Yo os digo: la agricultura industrial depende de un suministro incesante de petróleo barato. Rezad para que este sistema, frágil y complejo, no falle jamás. Porque entonces tendríamos que criar patatas en el asfalto. Y eso, niños y niñas, no es nada fácil.
Pero eso sí, ¡¡Lo que me iba a reír yo entonces!!

Tuesday, May 17, 2005

El Hombre que se Parecía al Señor Cayo

Le llamamos Franquino porque su familia viene de El Franco. Es un hombre de mi generación, aún no ha cumplido los treinta años que yo sepa, pero por lo demás vive en un mundo totalmente ajeno al de nuestros contemporáneos. Hay un modo mejor de expresarlo: tiene mi edad, pero no pertenece a mi generación.
Franquino no ve la televisión. Durante mucho tiempo ni siquiera tuvo teléfono. Y en cuanto a Internet, su andanzas por la red terminaron nada más abandonar la facultad y sus salas de informática gratuitas. Es un experimento viviente: un ejemplo de lo que podríamos ser todos, si nos hubiésemos criado alejados de un enchufe.
Si a un hombre del año 2005 le quitas todas las inmundicias que la televisión ha depositado en su mente durante decenios, ¿Qué te queda?
Te queda un buen conversador. Un lector voraz. Un tipo con inquietudes políticas. Un hombre que puede sobrevivir sin el zumbido de una máquina o el ronroneo de un motor, conectados constantemente a su cerebro.
Franquino es así. Culturalmente pertenece a la generación de nuestros padres o incluso a la anterior. Ignora todas esas estúpidas referencias televisivas que los demás hemos absorbido durante años, sentados ante la caja tonta. Conoce, sin embargo, leyendas de aparecidos, historias de bruxas, supersticiones sobre animales, rituales para alejar la tormenta, y un caudal inmenso de topónimos y microtopónimos. Cada prado, cada regato, cada roca de Asturias tiene un nombre que ha llegado hasta nuestros días sin figurar en ningún mapa, y si falta un Franquino que los conserve en la memoria, esos nombres mueren.
A mí me gusta hacer senderismo, me gusta encontrar paisajes sin urbanizaciones, pero cuando me adentro por el monte estoy tan perdido como un madrileño. Franquino, en cambio, no sólo conoce prácticamente todas las rutas de Asturias, sino que disfruta parándose a charlar con los paisanos. Ahí me tienes a mí, a punto de soltar la típica madrileñada: “Buenos días, buen hombre, qué hermosas vacas”, y Franquino mientras tanto emprendiendo una auténtica conversación de paisanos con el sujeto. Me gustaría poneros un ejemplo de lo que dicen, pero es que ni siquiera soy capaz de imitar sus charlas.
Quería hablaros de Franquino porque ha logrado una hazaña. Somos muchos los que intentamos aferrarnos a la cultura asturiana, los que luchamos para evitar que desaparezca, pero sólo él lo ha conseguido. Sin escribir un solo libro, sin editar un solo disco, sin perder un minuto grabando leyendas y cantares por los pueblos.
Simplemente, Franquino vive nuestra cultura. Tan fácil y tan difícil como eso. Merece la pena conocer a gente como él para recordar, de vez en cuando, por qué luchamos. Vale la pena luchar por un mundo donde los niños jueguen por la calle, los abuelos sigan contando cuentos y la gente se dedique a perder el tiempo, sí, a cotillear, sí, a erguirse y mirar un momento qué buena mañana hace.
La cultura asturiana tradicional era una forma de ser humano. La cultura consumista postindustrial, es decir, El Diario de Patricia y Parque Principado, es una forma de exprimir a los humanos como si fuesen limones. La televisión nos dirá qué pensar y en qué gastar nuestro dinero, Parque Principado se ocupará de recogerlo después.
Al final, estamos luchando por ser libres.

Thursday, May 12, 2005

Comienza la Pesadilla

Es tarde, estoy lleno de mocos, tengo la garganta irritada, mañana me tengo que levantar a las siete...y sin embargo me empeño en escribir, precisamente ahora, la primera entrada del blog. Siempre me dijeron que mi mayor defecto es la impaciencia. Cuando tenia doce años, la maestra me llamó "Pepe el Rápido" delante de toda la clase. A lo mejor es que estoy traumatizado. A lo mejor es que la vieja aquélla me conocía bien.
Escribo este blog con una intención política. No pretendo hacerme el gracioso, ni presumir de ingenio, ni apabullaros con mi cultura y mi mundano cinismo.
Qué va, yo soy demasiado burro para eso.
Este blog nace como parte de mi página web, "Asturchales y Chulos". Si la visitáis, ya veréis que no disimulo mi intención en ningún momento.
Soy militante de una organización política nacionalista asturiana. Estoy convencido de que este país no podrá superar sus graves problemas a menos que le dé una oportunidad al nacionalismo, a menos que revise profundamente su propia identidad. Hay que cambiar muchas cosas, la mayoría dentro de nuestra cabeza.
No tengo mucho tiempo libre que dedicarle a esto, ni humor para aguantar saboteadores, ni una profunda formación en temas de economía, filosofía, política, literatura contemporánea ni ciencias. Y desde luego, no pienso gastar ni un minuto, desperdiciar tiempo y neuronas tirando argumentos a un pozo sin fondo. Si hay por ahí algún integrista hispánico, algún seguidor de Jiménez-Losantos o similares, que tenga ganas de pelea, por mí ya ha ganado: no pienso enzarzarme con él.
Este blog tratará de los temas que me ronden por la cabeza en cada momento, y no seguirá una periodicidad precisa. Hablaré bastante, supongo, de Asturias, ya que es una de mis mayores preocupaciones. El resto...ya lo veremos, varía a cada poco.
Me ha quedado un comienzo bastante negativo. Os lo he dicho: es tarde y estoy pachucho. Y llevo ya unos cuantos años embistiendo molinos de viento, para dejarme arrastrar por el optimismo...