¡¡¡Chegóunos o Anschluss!!! (II)
Os prometí una explicación de por qué, a pesar de que la retórica patriótica me suena a cuento chino, sigo militando en un partido nacionalista. Voy a ello:
Lo primero, esa retórica se usa poco en los círculos nacionalistas asturianos. Somos un movimiento joven y no hemos heredado esos discursos y esos agravios que llevan arrastrando, en otros países, desde el siglo XIX. Nosotros le dedicamos más tiempo, por ejemplo, a los niveles de paro en 2006 que a la disolución de la Junta General del Principado en 1834. Somos así de raros.
Lo segundo, me parece sano tener una cierta prevención, un cierto escepticismo frente a la propia ideología. El nacionalismo no es ninguna revelación divina, simplemente es una opción política que hoy en día, según mi criterio, puede resolver los problemas más graves de Asturias. Si pusiera toda mi fe en una ideología política, ¿Hasta dónde podría llegar? ¿No son ésos los cimientos del fanatismo? Soy un nacionalista asturiano rodeado de gente que ignora, malinterpreta o desprecia mi ideología. Esos enemigos de mis ideas son personas tan decentes e inteligentes como yo mismo, y tienen argumentos, a veces, perfectamente válidos para su escepticismo o su hostilidad. ¿Debería desenvainar mi espada y emprender la novena cruzada contra esos malos asturianos? Me parece más inteligente escucharlos, exponerles mis propios argumentos, darles la razón cuando la tienen y tomarme una tila cuando la discusión sube demasiado de tono.
Y lo tercero, creo que el culto a la patria no es el fundamento del nacionalismo asturiano. No se trata, como dicen muchos, de luchar por una bandera. Se trata de resolver problemas y de derribar un sistema fallido.
Sí, suena ridículo comparar Asturias con Chechenia o Palestina. En un mundo lleno de injusticias monstruosas no tenemos derecho a escondernos, a lloriquear bajo la máscara de las víctimas. Y sin embargo sí que tenemos motivos para luchar. Sí que padecemos injusticias. Sí que vivimos bajo un régimen injusto y colonial.
Dejaré para otro día cómo puedo defender semejantes herejías.
Lo primero, esa retórica se usa poco en los círculos nacionalistas asturianos. Somos un movimiento joven y no hemos heredado esos discursos y esos agravios que llevan arrastrando, en otros países, desde el siglo XIX. Nosotros le dedicamos más tiempo, por ejemplo, a los niveles de paro en 2006 que a la disolución de la Junta General del Principado en 1834. Somos así de raros.
Lo segundo, me parece sano tener una cierta prevención, un cierto escepticismo frente a la propia ideología. El nacionalismo no es ninguna revelación divina, simplemente es una opción política que hoy en día, según mi criterio, puede resolver los problemas más graves de Asturias. Si pusiera toda mi fe en una ideología política, ¿Hasta dónde podría llegar? ¿No son ésos los cimientos del fanatismo? Soy un nacionalista asturiano rodeado de gente que ignora, malinterpreta o desprecia mi ideología. Esos enemigos de mis ideas son personas tan decentes e inteligentes como yo mismo, y tienen argumentos, a veces, perfectamente válidos para su escepticismo o su hostilidad. ¿Debería desenvainar mi espada y emprender la novena cruzada contra esos malos asturianos? Me parece más inteligente escucharlos, exponerles mis propios argumentos, darles la razón cuando la tienen y tomarme una tila cuando la discusión sube demasiado de tono.
Y lo tercero, creo que el culto a la patria no es el fundamento del nacionalismo asturiano. No se trata, como dicen muchos, de luchar por una bandera. Se trata de resolver problemas y de derribar un sistema fallido.
Sí, suena ridículo comparar Asturias con Chechenia o Palestina. En un mundo lleno de injusticias monstruosas no tenemos derecho a escondernos, a lloriquear bajo la máscara de las víctimas. Y sin embargo sí que tenemos motivos para luchar. Sí que padecemos injusticias. Sí que vivimos bajo un régimen injusto y colonial.
Dejaré para otro día cómo puedo defender semejantes herejías.
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