Mise Éire
Mise Éire: Sine mé ná an Chailleach Bhéarra
Mór mo ghlóir: Mé a rug Cú Chulainn cróga.
Mór mo náir: Mo chlann féin a dhíol a máthair.
Mise Éire: Uaigní mé ná an Chailleach Bhéarra.
Mór mo ghlóir: Mé a rug Cú Chulainn cróga.
Mór mo náir: Mo chlann féin a dhíol a máthair.
Mise Éire: Uaigní mé ná an Chailleach Bhéarra.
Patrick Henry Pearse
Soy Irlanda: soy más vieja que la Vieja de Beare / Grande mi gloria: yo que parí a CuChulainn el valiente / Grande mi vergüenza: mis propios hijos que vendieron a su madre. / Soy Irlanda: estoy más sola que la Vieja de Beare
Tal vez sea Irlanda el país más extraordinario, el más original de toda Europa Occidental. Sus intelectuales adoptaron la cultura clásica y la religión cristiana en tiempos antiguos, pero las combinaron con un sustrato cultural propio. A pesar de las fanfarronadas de los vascos, sólo los irlandeses han sabido transmitirnos un vislumbre de su herencia prerromana, convertida en arte y en literatura. Los mitos, las epopeyas, la poesía, la orfebrería, las instituciones de la Irlanda medieval son, quizá, la única herencia que conservamos de los pueblos aborígenes europeos. La cultura medieval irlandesa es una de las grandes glorias de la Humanidad, y contiene suficiente belleza y misterio como para llenar mil vidas.
En el siglo XI, aquel país único fue invadido por unos tipos absolutamente vulgares: los normandos. La irrupción normanda trajo el fin de la iglesia celta, pero no el de la Irlanda clásica: durante siglos, los irlandeses supieron resistir el empuje de vikingos y normandos. Aún hoy, los ingleses conservan la expresión “beyond the pale”, que nació en aquella época para referirse a la Irlanda gaélica, la que se hallaba más allá de la comarca de Dublín. “Beyond the pale” significa algo ignoto, salvaje, incomprensible para cualquier mente civilizada; porque los ingleses nunca supieron comprender a los irlandeses, y más allá del reducto dublinés se extendía la Irlanda indómita.
Con el paso de los siglos la presión inglesa se hizo más continuada y más fuerte. Los irlandeses resistieron sin embargo, con menos esperanzas cada vez. Cuando Inglaterra se hizo protestante, Irlanda mantuvo la lealtad a Roma. Los siglos XVI y XVII fueron una serie de guerras que al final perdían siempre los mismos. La nobleza irlandesa terminó exiliada, luchando en los ejércitos de las potencias católicas del continente. Los carniceros ingleses como Cromwell llevaron el horror por toda la isla.
Hacia el siglo XVIII reinaba en el país una miseria que hoy conocemos bien, gracias a la venenosa pluma de Jonathan Swift. Los invasores habían logrado aplastar toda oposición. Irlanda era, teóricamente, tan británica como el mismo Oxfordshire. Sin embargo, en 1798 los irlandeses se levantaron de nuevo, aprovechando el empuje revolucionario que llegaba de Francia. Es difícil de creer, pero en esta ocasión católicos y protestantes lucharon a la vez contra el ocupante inglés.
Perdieron otra vez.
Es una historia corriente. La unidad de los grandes estado europeos se forjó, como es bien sabido, sobre ríos de sangre. Finalmente las dos islas quedaron unidas, por las buenas o por las malas. Los ingleses sentían un desprecio ilimitado por sus vecinos occidentales, nacido de la intolerancia religiosa y de un extraño prejuicio racial. Este desprecio les permitió convertir Irlanda, sin mayores remordimientos, en una verdadera colonia dentro del reino.
Hacia 1840 el país producía todo tipo de alimentos, tanto carne como verduras, que partían inmediatamente hacia la metrópoli. La riqueza estaba concentrada en un puñado de terratenientes de estirpe inglesa e irlandesa. La inmensa mayoría de la población, mientras tanto, vivía como arrendatarios de los terratenientes, ahogados en la miseria. Cultivaban patatas, y patatas era todo lo que comían. La situación presagiaba una catástrofe: sólo faltaba una chispa que la desencadenase.
Tal vez sea Irlanda el país más extraordinario, el más original de toda Europa Occidental. Sus intelectuales adoptaron la cultura clásica y la religión cristiana en tiempos antiguos, pero las combinaron con un sustrato cultural propio. A pesar de las fanfarronadas de los vascos, sólo los irlandeses han sabido transmitirnos un vislumbre de su herencia prerromana, convertida en arte y en literatura. Los mitos, las epopeyas, la poesía, la orfebrería, las instituciones de la Irlanda medieval son, quizá, la única herencia que conservamos de los pueblos aborígenes europeos. La cultura medieval irlandesa es una de las grandes glorias de la Humanidad, y contiene suficiente belleza y misterio como para llenar mil vidas.
En el siglo XI, aquel país único fue invadido por unos tipos absolutamente vulgares: los normandos. La irrupción normanda trajo el fin de la iglesia celta, pero no el de la Irlanda clásica: durante siglos, los irlandeses supieron resistir el empuje de vikingos y normandos. Aún hoy, los ingleses conservan la expresión “beyond the pale”, que nació en aquella época para referirse a la Irlanda gaélica, la que se hallaba más allá de la comarca de Dublín. “Beyond the pale” significa algo ignoto, salvaje, incomprensible para cualquier mente civilizada; porque los ingleses nunca supieron comprender a los irlandeses, y más allá del reducto dublinés se extendía la Irlanda indómita.
Con el paso de los siglos la presión inglesa se hizo más continuada y más fuerte. Los irlandeses resistieron sin embargo, con menos esperanzas cada vez. Cuando Inglaterra se hizo protestante, Irlanda mantuvo la lealtad a Roma. Los siglos XVI y XVII fueron una serie de guerras que al final perdían siempre los mismos. La nobleza irlandesa terminó exiliada, luchando en los ejércitos de las potencias católicas del continente. Los carniceros ingleses como Cromwell llevaron el horror por toda la isla.
Hacia el siglo XVIII reinaba en el país una miseria que hoy conocemos bien, gracias a la venenosa pluma de Jonathan Swift. Los invasores habían logrado aplastar toda oposición. Irlanda era, teóricamente, tan británica como el mismo Oxfordshire. Sin embargo, en 1798 los irlandeses se levantaron de nuevo, aprovechando el empuje revolucionario que llegaba de Francia. Es difícil de creer, pero en esta ocasión católicos y protestantes lucharon a la vez contra el ocupante inglés.
Perdieron otra vez.
Es una historia corriente. La unidad de los grandes estado europeos se forjó, como es bien sabido, sobre ríos de sangre. Finalmente las dos islas quedaron unidas, por las buenas o por las malas. Los ingleses sentían un desprecio ilimitado por sus vecinos occidentales, nacido de la intolerancia religiosa y de un extraño prejuicio racial. Este desprecio les permitió convertir Irlanda, sin mayores remordimientos, en una verdadera colonia dentro del reino.
Hacia 1840 el país producía todo tipo de alimentos, tanto carne como verduras, que partían inmediatamente hacia la metrópoli. La riqueza estaba concentrada en un puñado de terratenientes de estirpe inglesa e irlandesa. La inmensa mayoría de la población, mientras tanto, vivía como arrendatarios de los terratenientes, ahogados en la miseria. Cultivaban patatas, y patatas era todo lo que comían. La situación presagiaba una catástrofe: sólo faltaba una chispa que la desencadenase.
6 Comments:
Saludos desde Cantabria, tierra hermana de Asturias. Entré en tu blog por casualidad y solo me gustaria expresar que encuentro muchas coincidencias en la situación actual de Asturias y Cantabria (Aparte de todo el legado lingüistico, histórico, ambiental y cultural que nos une desde hace milenios)
Aquí el cemento entierra tesoros culturales y medioambientales que son parte del alma y de la identidad de esta tierra. Pero las causas son diferentes:
La oleada se extiende desde Vizcaya por dos motivos basicamente:
- El expansionismo turístico vizcaino-vasco, que sabe de donde viene pero no a que tierra y cultura llega (ni le importa). En nuestra tierra los constructores vascos arrasan con praos o casonas montañesas para edificar chalés tipo caserio sin ningún problema. El nuevo colonialismo vasco ha llegado a La Montaña...
- El autismo de los políticos cántabros que consienten estos atropellos a nuestra calidad de vida y nuestra identidad.
Por eso me gustaria que la gente en la órbita del PNV que antes comentabas fuese más respetuosa con la tierra en la que pasan el verano, esperemos que no lleguen hasta Asturies.
Un Saludo
Es verdad que Asturias y Cantabria compartimos problemas muy parecidos. Y es verdad que deben de tener también raíces muy semejantes: ni unos ni otros comprendemos en qué consiste este churro del estado autonómico. En cuanto a los del PNV, no me hago ilusiones. Esos cuidan de lo suyo, y los demas, si somos tontos...problema nuestro!
Por cierto, me dicen que la marea de cemento vasca ya desembarco en el oriente asturiano, desde hace ya tiempo.
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Excelente tópico y muy bien explicado.
Saludos, Myriam
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