Monday, November 24, 2008

Elogio a un buen español

La última entrega se publicó a finales del 2006, pero sólo ahora he podido leerla. Se trata de “La Crónica de Leodegundo”, una colección de veinticinco comics en asturiano ambientados en la Edad Media. Creo que es una de las obras de ficción más extraordinarias de los últimos treinta años, incluyendo no sólo cómics sino novelas y películas.
Imaginaos una máquina del tiempo que os llevase a lo largo de los siglos VIII y IX, desde la caída del reino visigodo hasta la coronación de Alfonso III de Asturias como emperador, pasando por las intrigas y las guerras de las grandes potencias de la época: Bizancio, el califato Omeya, la corte papal y el Imperio Carolingio. Esa máquina existe y la venden en cualquier librería de Oviedo o de Gijón.
Es un periodo mal conocido (¿Cuántas pelis que recordéis transcurren entre el 700 y el 900?), pero el cómic consigue reconstruirlo tanto en imágenes como en mentalidad. Algunas viñetas son auténticas obras de arte, como esa Roma altomedieval donde las chozas y los huertos se extienden por las ruinas de los antiguos palacios. Los personajes actúan de acuerdo con una moral, unos códigos que nos resultan extraños, y el honrado obispo que hace un momento habló con tanta sensatez preside a la página siguiente la quema de tres herejes en el atrio de la iglesia.
En algunos momentos, realmente te olvidas de que se trata de una obra contemporánea y llegas a creerte que estás contemplando por el ojo de la cerradura una escena que no tiene nada que ver contigo, un mundo misterioso y lejano que sólo entiendes a medias. Eso, en ficción histórica, es rozar la perfección, sobre todo en un momento en que tanta bazofia pedante y chapucera se apiña en los escaparates de las librerías.
Cuesta creer que un solo hombre, Gaspar Meana, haya podido levantar un monumento tan inmenso. Ha tardado dieciséis años y sólo Dios sabe cuánto trabajo le ha costado. Si fuese estadounidense, si fuera madrileño, si tuviese apoyos políticos, sería ya famoso en todo el mundo y sobrarían millones para convertir la Crónica en una superproducción cinematográfica. Pero el hombre es asturiano y pobre, qué le vamos a hacer. Como Berto Peña, como Ambás, como Jesús Suárez, como tantos otros.

Lo que más he disfrutado de la obra han sido los álbumes que transcurrían en Asturias. Bellísimas fueron las imágenes del Uviéu medieval, del Naranco, de la ría del Nalón, de Cuadonga libres de carreteras y urbanizaciones. Pero mejor todavía fue leer de la nobleza, de la fuerza, del orgullo y también del fanatismo y la ambición de reyes y clérigos. ¡Qué historia tan grande y qué pena que tan pocos la conozcan! Pocas veces me he dejado conmover así por el amor al país, a la tierra y a la naturaleza, a la historia y al idioma, como leyendo algunos fragmentos de la Crónica.
Al final de la última entrega de la serie, Meana explica lo que pretendía con su obra. No os vais a creer lo que dice:

[...] de corazón renunciaria prestosu a toos ellos si a cambiu tuviera conseguío un cantu de fraternidá inalterable ente los pueblos d`España. Un cantu a la hestoria milenaria – la gran Hestoria – compartida polos pueblos de la Península Ibérica, un cantu capaz de superar l`imperdonable odiu que los egoísmos llocalistes semen entre hermanos...


Es un españolista. Mi admiradísimo dibujante es un enemigo de los nacionalismos periféricos. Pues enhorabuena, Gaspar. Sólo un hombre verdaderamente grande podría superar las ideologías y ganarse los aplausos de la trinchera de enfrente.

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